algo mareada dijo sentirse.
Dormido el ingenio apremiaba,
una respuesta que la tranquilice.
Eran los años, la “máquina”, repetía ella…
Hacía gestos en dirección a su cabeza.
Tomé su mano, estaba helada.
Y la mía se revela tensa, joven y cálida.
Le pregunté si quería descansar.
La noto muy agitada.
Me decía que era el mundo,
cuando sus labios temblaban.
Cruzamos lentamente,
no sin pedir calma.
que respire hondo,
que sus penas salgan.
Pero ella no me escuchaba,
toda culpa, toda agitación,
sus manos estaban heladas,
herida balbuceaba perdón.
Las flores de otoño
se avergüenzan y temen.
No al espejo, ni al jardinero,
¡forastera en un mundo que muere!
Dormido el ingenio apremiaba,
una respuesta que la tranquilice.
Eran los años, la “máquina”, repetía ella…
Hacía gestos en dirección a su cabeza.
Tomé su mano, estaba helada.
Y la mía se revela tensa, joven y cálida.
Le pregunté si quería descansar.
La noto muy agitada.
Me decía que era el mundo,
cuando sus labios temblaban.
Cruzamos lentamente,
no sin pedir calma.
que respire hondo,
que sus penas salgan.
Pero ella no me escuchaba,
toda culpa, toda agitación,
sus manos estaban heladas,
herida balbuceaba perdón.
-Gracias caballero, discúlpeme.
-No tiene porqué señora, no es nada.
-No tiene porqué señora, no es nada.
Las flores de otoño
se avergüenzan y temen.
No al espejo, ni al jardinero,
¡forastera en un mundo que muere!
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